Las olas chocaban contra las
rocas al mismo ritmo que el tic tac de su corazón. Era la primera vez que
despertaba, abría la ventana y se encontraba con tan hermoso paisaje. El olor a
mar le recargaba de energía y pensaba que ya no le hacía falta nada más. La
playa estaba desierta, aún era temprano. Echó un vistazo al interior de la
habitación y ahí estaba él, aún dormido enrollado entre sábanas de algodón
blancas. Aquella espalda desnuda la tentaba. Deseaba acostarse a su lado y
recorrer su dedo por aquella suave piel masculina, dibujar en ella todo lo
bueno que le hacía sentir. Él se haría el remolón para que ella no cesara, no
querría que parara. Ella inquieta llevaría su mano hasta lo más próximo a su
axila para hacerle cosquillas. Entonces él se giraría y la atraparía entre sus
brazos, se besarían y se dejarían llevar otra vez por un dulce despertar. Pero
no, se quedó inmóvil otra vez mirando hacia el mar. Necesitaba ese rato para
ella, para empaparse bien de esa libertad que se había adueñado de ella por
completo. Sin quererlo recordó tiempos pasados, y lo único que pudo hacer es
esbozar una sonrisa. Ya le decían que la vida aún no había empezado para ella,
que aún le quedaba mucho por vivir y que la vida era hermosa. En aquel tiempo
ella no veía que fuera posible, pero ahora, en ese mismo instante, apoyada en
aquella ventana, mirando hacia el mar, observando cómo aquel hombre que le
había hecho sentir mujer otra vez sólo pudo esbozar una sonrisa, respirar lo
más profundamente posible para recargar la batería, cerrar la ventana y
acostarse al lado de su presente perfecto…
En el silencio de la noche puedo encontrarte. Haces que mi frío se vuelva templanza y que mis miedos se conviertan en simples fantasmas que como humo de cigarro se dispersa con solo tocarlo. Aclaras mis dudas e interrumpes todo tormento. Pensar que existes, que puedes llegar algún día a convertirte en carne y hueso me hace creer, pensar que todo esto que ahora me está pasando sea por ti. Hace tiempo creí morir. Creí que no había más salida que cerrar los ojos y dejarme caer a un pozo sin retorno. Sentí tu presencia, pude oler tu perfume y hasta notar el tacto de tu piel. Comprendí que aún me quedaba mucho por vivir. Mi cuerpo se compone en gran parte de sentimientos y eso es lo que una vez me hizo casi padecer pero al mismo tiempo me ha ayudado a renacer, volver a juntar esas cenizas que quedaron dispersas en el suelo y que con una simple brisa, la tuya, puede convertir en lo que ahora soy, un pequeño huracán que allá por donde pasa intenta dejar huella, la mejor posible, repart
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