Se sentó en el arcén agotada de
tanta carga. Aquellas maletas pesaban demasiado. No recordaba haberlas llenado
tanto. Inició el camino ligera, con lo puesto y a medio camino se dio cuenta de
que llevaba más peso que al principio. Sus
dedos enrojecidos le hicieron detenerse a reponer fuerzas. ¿De quién era aquel
par de maletas? Intentaba recordar a las personas que se había cruzado a lo
largo del trayecto y no lograba dar con su rostro. ¿Quién o quienes se habían
aprovechado de su inocencia para que les llevara su carga a cuestas? Todo lo
que recordaba era gente que había conocido y de la que algunos habían seguido
hacia su destino y otras viajaban en paralelo. Miró a su alrededor y comprobó
que todos sus seres queridos llevaban su propio equipaje. Tal vez los dueños no
iban tan de cerca para que ella no sospechara. Miró más atrás, hasta que la
vista dejó de alcanzar y entonces los vio, a los dos. Primero alcanzó a un
joven muchacho de aspecto inocente. En principio parecía no estar atento a lo
que ella hacía pero no dejaba de mirarla de reojo. Ella supo que aquel joven
era la persona que un día la sacó del pozo en el que se encontraba y que
después de viajar en su nube embobada se dio cuenta de que aquello no era lo
que en verdad deseaba. Él la sonreía y ella le respondía con el mismo gesto.
¿Por qué me dejas tu maleta, no ves que yo con todo no puedo? Él se acercó y le
pidió disculpas. Se la llevó en silencio y volvió al mismo lugar de donde
venía, lejos… Mientras veía sus espaldas alejarse, pudo percibir al que creía
dueño de la otra maleta. Este era más robusto y aunque disimulara más que el
joven, ella supo quién era. Sabía que estaría ahí todo el tiempo que durara su
camino porque así había querido el destino. Entonces un escalofrío le recorrió
todo el cuerpo al pensar lo que contenía esa maleta – “Por favor, no vengas a
por ella. Quiero llevarla yo, si no te molesta. Sé lo que contiene y es lo que
me da la vida entera. Mis dos motores con los que seguir hacia adelante. No te
preocupes por nada, yo la cuidaré con mi vida si hace falta” Se levantó, la
cogió con mucho cuidado, la besó y siguió hacia adelante, con paso débil, pero
con ganas de encontrar un alto en el camino cómodo para poder descansar unas horas.
Aquel no era lugar para dejar aquella maleta, en medio de una carretera. Seguía
su camino y entonces de la nada, tal vez por el agotamiento, tal vez porque así
el destino quiso, sus ojos miraron hacia el horizonte. Prometió cuando inició
su nueva andadura que jamás pensaría en el futuro, pero en ese mismo instante
la atravesó como si una niebla espesa se formara de la nada. Empezó a llorar a
llorar y a llorar. ¿Por qué, si todo iba bien hasta el momento? Se sentía sola,
sin fuerzas, hambrienta de cariño por dar y por recibir. No veía nada a su
alrededor, tan sólo niebla. Sus ojos no cesaban de derramar lágrimas y su pecho
la ahogaba. Ciega, sin ver por donde pisar, agudizaba su oído a la espera de
una frase “I won’t Let you go” Miraba y seguía sin ver ni oír nada. Un
escalofrío le recorrió por todo el cuerpo. “No quiero pasar por esto sola, por favor,
di que no me dejarás ir…” Sólo se escuchaba el silencio, la neblina pasar por
su lado como susurro amenazador. Cayó al suelo de rodillas, sin soltar su
maleta en ningún momento, abrazada a ella para protegerla de lo que aún no
sabía si era bueno o malo. Lloraba desconsolada, asustada cuando de repente, sin
saber si aquello formaba parte de su imaginación empezó a sonar una canción…
En el silencio de la noche puedo encontrarte. Haces que mi frío se vuelva templanza y que mis miedos se conviertan en simples fantasmas que como humo de cigarro se dispersa con solo tocarlo. Aclaras mis dudas e interrumpes todo tormento. Pensar que existes, que puedes llegar algún día a convertirte en carne y hueso me hace creer, pensar que todo esto que ahora me está pasando sea por ti. Hace tiempo creí morir. Creí que no había más salida que cerrar los ojos y dejarme caer a un pozo sin retorno. Sentí tu presencia, pude oler tu perfume y hasta notar el tacto de tu piel. Comprendí que aún me quedaba mucho por vivir. Mi cuerpo se compone en gran parte de sentimientos y eso es lo que una vez me hizo casi padecer pero al mismo tiempo me ha ayudado a renacer, volver a juntar esas cenizas que quedaron dispersas en el suelo y que con una simple brisa, la tuya, puede convertir en lo que ahora soy, un pequeño huracán que allá por donde pasa intenta dejar huella, la mejor posible, repart
Comentarios
Publicar un comentario